Levantarme a las 5:30 de la mañana, prepararme para ir al hospital y evaluar a mis pacientes del servicio. Mientras tomo los dos buses y el mototaxi hacia mi destino, voy pensando en las historias clínicas que debo llenar antes de la hora de visita médica, que generalmente empieza a las 8. Ojalá que mis pacientitos no se hayan complicado. Llego rápidamente y veo a algunos de mis compañeros comprando su desayuno en la entrada, pero yo, al igual que la mayoría, prefiero esperar hasta después de la visita médica; no puedo perder tiempo. Me alegra ver llegar a mis compañeros al servicio, me hace sentir que no estoy sola en esto.
Me gusta esta rotación de Pediatría; nuestras residentes son, en su mayoría, tan tiernas como profesoras de educación inicial. ¿Quién pasa visita hoy? ¿La Dra. X? Bueno, ahora, además de memorizar los hallazgos de la evolución de mis pacientes, toca repasar los valores normales y anormales de las pruebas de laboratorio una vez más, para no quedar mal frente a mis pacientitos.
Después de la visita, nos tomamos una pausa en el salón de residentes y vamos a desayunar, mientras pienso en las tareas pendientes post-visita: la curación de heridas, tramitar la tomografía de un paciente y verificar que mi otra paciente sea llevada a rayos X. De repente, la licenciada toca la puerta y avisa que, para variar, no hay camillero, y me toca llevar a mi paciente con la ayuda de su mamá a Rayos X.
Así era como normalmente comenzaba un día de mi internado, en el servicio de Pediatría, el más tranquilo de todos, según decían los otros internos. Y bueno, ahora que lo comparo, pues sí, fue el servicio que me dejó más recuerdos buenos. Luego vino la rotación de Medicina, Cirugía y Ginecología. Mi grupito de internos estaba conformado por casi 20 compañeros, y solo 3 éramos de la misma universidad (Universidad Nacional Mayor de San Marcos).
La mayoría de mis compañeros, ahora amigos, provenían de universidades particulares, algunos incluso de provincia, y tuvieron que mudarse a Lima por el internado. Nuestros turnos diarios duraban aproximadamente 9 a 10 horas; asistíamos de lunes a domingo y, generalmente, hacíamos 6 turnos de noche al mes (en los servicios de emergencia). Eso significaba que los días con turno de noche tendríamos que trabajar más de 30 horas seguidas.
Imagínate trabajar 9 a 10 horas al día, 7 días a la semana, sumado a 1 o 2 guardias nocturnas (desde las 7 p.m. hasta las 7 a.m. del día siguiente), lo que hace un total mínimo de 75 horas en una semana. Ahora que lo pienso, solo puedo sonreír y recordar que no es una exageración cuando los internos llamábamos al internado “el inFernado”.
Aún recuerdo un día en el que yo estaba de postguardia, en mi primer turno de 33 horas seguidas, cuando a la doctora de la visita se le ocurrió que haríamos clase no a las 2 p.m., sino a las 4 p.m. (nuestra hora de salida). Resignada, cansada, pero aún sonriente, le hice el comentario a la licenciada de enfermería de turno: “Parece que mi turno de 33 horas se va a alargar”. Ella me miró un poco incrédula, pero luego, con una sonrisa, me dio un consejo que valoro hasta el día de hoy: “Doctorita, no se mate trabajando, porque aquí nadie le va a construir un monumento”. Sus palabras me cayeron como un “balde de realidad”. Y es que este desgaste va más allá de lo humanamente aceptable; casi 80 horas de trabajo a la semana es demasiado, para cualquiera.
En la normativa oficial de mi país, se estableció hace varios años que el horario de los internos debería ser de 150 horas mensuales, con una remuneración de 400 soles mensuales (equivalente a 100 dólares). Sin embargo, en la realidad, un interno trabaja 10 horas al día, todos los días del año, y no es seguro que reciba un sueldo, ya que esto depende de los fondos del hospital que lo acoja. Además, en mi país, los estudios son solventados por los padres o por uno mismo. Es por eso que el ingreso a una universidad pública es muy competitivo, ya que la educación es gratuita (aproximadamente solo el 2% de los postulantes a Medicina en UNMSM logran una vacante).
En fin, todo este cuestionamiento sobre mi internado surgió esta mañana, después de leer algunos artículos sobre el internado médico aquí en Países Bajos, donde existe un pago similar de 100 euros al mes y la norma exige un máximo de 46 horas a la semana de trabajo para los internos. Sin embargo, en este país del primer mundo también existe el sobretiempo, con un promedio de 56 horas semanales.
Como leí al inicio de uno de los artículos: “Working overtime is – unfortunately – not an unknown phenomenon in the healthcare sector”. Así es, pasa en todas partes. Es algo desafortunado que debería cambiar y mejorar, porque no es coherente que quienes promovemos la salud física y mental no la practiquemos con nosotros mismos.